Por qué no creo en LA Iglesia Evangélica

  
Pensar fuera de la caja tiene sus costos. Cuesta, primero, porque es desafiador intelectualmente, uno debe escapar de los estereotipos dentro de los cuales estuvo acostumbrado a pensar por largo tiempo y no saco nada con engañarme a mí mismo: no soy alguien intelectualmente aventajado y este tipo de ejercicios son difíciles para gente como yo. En segundo lugar, cuesta también porque para muchos se constituye en una traición personal que dejes de pensar como ellos, así que pierdes amigos o personas que pensabas que eran tus amigos. Pero uno no debe, por esa causa, entregarse a la deshonestidad intelectual. Y aquí, como hombre de fe y como ministro ordenado debo reconocer que hay cosas en las cuales, lisa y llanamente, no creo. Una de ellas es la famosa “Iglesia Evangélica” o “Iglesia Evangélica en Chile”. Me opongo tenazmente a creer en una entidad que, como el chupacabras o el viejito pascuero, sólo existe en la imaginación de unos pocos. Aquí mis razones:

1. Es un hecho innegable que las iglesias evangélicas chilenas no están unidas, y esto me parece que es una experiencia que se repite en casi todos los países. Es deshonesto intentar agrupar bajo un nombre propio (con la primera letra mayúscula y en singular: “Iglesia”) a un montón de denominaciones, corporaciones, sínodos, diócesis, convenciones, iglesias, concilios, etc. que son, además de diversos, claramente autónomos en su relación unos con otros. Simplemente no corresponde porque es deshonesto con la realidad. No existe tal cosa como “LA Iglesia Evangélica”, ni en Chile ni en Marte. No hay acuerdo sobre un montón de materias teológicas que no son menores, menos aún lo habrá, por lo tanto, sobre materias valóricas, políticas, sociales, etc.
Que un grupo de pastores y obispos, por muy grandes que sean sus iglesias, se junten a tomar desayuno y orar no los hace merecedores de un título tan irrealista. Está bien que se junten. Está bien que oren. Está bien que trabajen juntos en ciertas iniciativas que le hacen bien al país. Lo que no está bien es que se pongan a firmar declaraciones a nombre de una supuesta entidad que no existe más allá de sus imaginaciones y (por qué no decirlo) ansias de poder.

2. No es deseable que siquiera llegue a existir algo como una “Iglesia Evangélica en Chile”. Y esto es porque sería una simple y brutal violación a los principios fundacionales de los mismos evangélicos allá en la reforma protestante del siglo XVI. No lo tomo a la ligera: la grandísima mayoría de las iglesias evangélicas (más del 90%) se pusieron a celebrar felices cuando en Chile se decretó el feriado del 31 de octubre como el día nacional de las iglesias evangélicas y protestantes, justamente por su relación con la reforma. Pues bien, asumamos algo básico que compartimos las iglesias herederas (directas e indirectas) de la reforma protestante: nos oponemos a levantar sistemas eclesiásticos de poder jerárquico y terrenal al modo del catolicismo-romano. Soy evangélico, protestante y reformado y, como tal, pocas cosas me generan más anticuerpos que ver a evangélicos lamentando que, como institución visible, no seamos UNA sola “Iglesia” al modo de los papistas. Mi visión es clara y categórica: NO. No quiero que exista una sola, grande, poderosa y uniformizada “Iglesia Evangélica en Chile”. No sueño con eso, ni oro por eso. Me repugna imaginar un aparato institucional que, usando el mismo nombre del Evangelio, detente un poder tan grande, que políticos y empresarios por igual tengan que rendirle pleitesía y pedirle permiso para llevar adelante sus iniciativas. Leo el Apocalipsis y una institución como esa no me recuerda a los mártires que derraman su sangre y alaban al Cordero, sino a la Gran Ramera y, en esto al menos, tengo al mismísimo Martín Lutero de mi lado.

3. Finalmente, permítanme aclarar algo: anhelo de todo corazón ver mayor unidad entre las iglesias evangélicas; es más, he orado y trabajado por eso. Me siento identificado con Juan Calvino cuando le escribió al obispo de Canterbury, Thomas Cranmer, diciéndole que cruzaría diez mares en pro de la unidad de la iglesia. Pero creo que el mayor asesino de esa unidad sería justamente su mala copia, su “evil twin”: una grande y poderosa entidad llamada “Iglesia Evangélica”. Ese no es el camino a la unidad, sino a la tiranía de unos pocos y al totalitarismo religioso. Parafraseando a John Piper, la verdadera unidad se dará teniendo bien claras y definidas las diferencias denominacionales, y no “quitando las cercas” teológicas, confesionales y político-eclesiásticas, sino todo lo contrario: manteniéndolas, reforzándolas y estableciendo puertas claras que nos permitan amarnos y trabajar juntos a través de esas cercas. Eso significa reafirmar, delimitar, someterse y apoyar la autoridad del Obispo y de su consejo asesor,  en el caso de las iglesias con sistemas de gobierno episcopales; reforzar los sistemas de comunicación intereclesial y reunir más seguido a las convenciones, en el caso de quienes pertenecen a sistemas de gobierno más congregacionalistas; del mismo modo, en el caso de los presbiterianos, significará reforzar nuestra identidad y confesionalidad y fortalecer, con una participación activa y comprometida, a nuestros presbiterios y sínodos a fin de que, como representantes debidamente designados para ello, los pastores podamos participar, motivar a los miembros a participar y hacer crecer iniciativas interdenominacionales de evangelización, formación de profesionales, educación, acción social, causas políticas que nos parezcan justas (como la lucha contra el aborto o la corrupción política), etc. En este sentido serían bienvenidas iniciativas tales como una Asociación de iglesias evangélicas o un Consejo nacional de iglesias evangélicas (así: con la palabra “iglesias” en minúscula y en plural), pero los celos y la sed de poder nos impiden que nos pongamos de acuerdo… aunque esto último, ustedes se dan cuenta, ya es materia para otro post.

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6 responses to “Por qué no creo en LA Iglesia Evangélica

  1. La utopía de la unidad evangélica. Así es. Acá en Argentina, creo que la Iglesia goza de una “mayor unidad” entre denominaciones, en el sentido de realizar eventos, una que otra protesta, etc. Sin embargo, siguen existiendo las diferencias teológicas y doctrinales que delimitan las denominaciones.

  2. Domingo

    De acuerdo, no existe “una” iglesia evangélica chilena y al parecer no va a existir jamás. Creo que se dice así: “iglesia evangélica chilena” para diferenciarla de la Iglesia Católica Romana.

  3. luispinomoyano

    Esperamos el otro post que señalas en tus letras finales. El habla “iglesia evangélica chilena” no sólo procede de periodistas despistados que no han leído un solo libro de historia del protestantismo, sino sobre todo por la conceptualización de líderes que les gusta jugar en la política chica para conseguir pequeñas cuotitas de poder, pequeñas porque no les alcanza para formar parte de las redes elitarias en el bloque del poder. Es seguir el canto de sirenas.

  4. Pablo

    El post me hace pensar en la importancia y necesidad de diálogo para que, pudiendo acentuar la característica propia de cada denominación eclesiástica, aún se pueda hallar la unidad en Cristo (que esta no signifique iniformidad, sino una manifestación de real cuerpo de Cristo).

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