En este mes de la Reforma, considero imprescindible recordar a un destacado predicador, a un visionario, un hombre que trabajó incansablemente por recuperar la decadencia en la cual la iglesia se encontraba en los albores del siglo XVI. Y es que hubo varios hombres, antes de Lutero que se dieron cuenta de la decadencia de la iglesia católica y buscaron hacer algo para levantarla, uno de los más destacados entre ellos, sin duda, es a quién quiero recordar en esta ocasión.
En medio de la crisis moral y económica de la iglesia romana, este hombre, antes que a Lutero se le hubiera ocurrido clavar sus tesis, fue la pieza clave de un tremendo plan, un proyecto osado e innovador promovido por el mismísimo Papa de la iglesia de Roma. Este plan consistía principalmente en predicaciones itinerantes inflamadas por una retórica potente con el objetivo de despertar el celo del pueblo de Dios; el fin era que en todas las ciudades alemanas y en Europa en general hubiera un despertar del compromiso con la iglesia y que todos se sintieran compelidos a meterse la mano al bolsillo para donar más ofrendas a la causa de la cristiandad y que así su amor por las doctrinas de la iglesia se volviera a encender.
El plan era una especie de ciclo virtuoso: la idea era motivar a que las personas volvieran a inflamarse de ardor y celo por la iglesia, esto, a su vez, despertaría su generosidad y esta generosidad haría que la iglesia pudiera llevar a cabo su expansión, restaurando templos a mal traer y construyendo nuevos locales de adoración donde esta misma gente, a su vez, pudiera acudir con renovado celo y ardor para celebrar la misa y seguir escuchando predicaciones cuya retórica conmoviera los corazones.
El celo, el entusiasmo, la visión osada, las estrategias prácticas, la retórica envidiable de este hombre, su carácter fuerte y su extraordinaria capacidad de reunir discípulos y formarlos, lo hace uno de los héroes menos reconocidos conscientemente – pero, sin duda, uno de los más influyentes – sobre muchos de los actuales pastores, predicadores y evangelistas evangélicos. Tanto en iglesias protestantes históricas como en otros movimientos más contemporáneos, este gran predicador itinerante (casi un padre del coaching) que recorrió buena parte de Europa, tiene discípulos que siguen sus pasos, sus métodos y su filosofía, aunque el contenido de su predicación pueda ser distinto.
Si nos libramos de los prejuicios y miramos, de manera directa, a este hombre y sus métodos, veremos que mucho de lo que él planteó aún hasta el día de hoy nos hace sentido. ¡Así de vigente es él! Cuando analizamos las causas de los problemas de la iglesia contemporánea ¿no reconocemos acaso nosotros mismos, justamente, que mucho del actual estado decadente de la iglesia se debe a la falta de compromiso y de ardor de los creyentes que no están contribuyendo como debieran? ¿No concordamos, también, nosotros que si la iglesia tuviera más recursos económicos podríamos, entonces, extender su influencia abriendo nuevos locales de predicación, abriendo templos en comunas y regiones donde no hemos llegado aún e invertir en la “revitalización” de iglesias? ¿Quién de los actuales pastores y líderes no concordaría con el hecho que lo que realmente necesitamos son líderes mejor preparados, con formación, acción y actitud de profesionales a quienes, bajo el incentivo de un buen salario, podamos encargar las labores eclesiales? ¿Quién de nosotros hoy, en nuestras asambleas, convenciones, diócesis, directorios y presbiterios, se opondría a la idea que una retórica potente, un habla osada, un discurso que nos impulse a perseguir nuevos sueños de una iglesia grande, poderosa, prestigiosa e influyente es la más grande necesidad de la hora presente?
Pastores que nos invitan a soñar en grande, predicadores que mueven a la gente a dar lo que poseen, líderes que nos despiertan a un renovado ardor, discursos inflamados que nos sacan del conformismo mediocre de predicar el mismo viejo mensaje, líderes innovadores y coaches tienen en este gran líder, predicador y ejecutor de proyectos del siglo XVI su más grande ejemplo.
No sólo esto. Debemos decir, y con justa razón, que si no hubiese sido por el arduo trabajo y la poderosa retórica de este hombre, el mismo Martín Lutero no se habría sentido impulsado a clavar sus 95 tesis, dando así el paso inicial al proceso reformista.
¿De quién hablo? Pues ni más ni menos que de Johann Tetzel, considerado por el mismo Papa, en su época, como el futuro de la iglesia. Él llevó a cabo el grandioso y visionario plan de vender indulgencias a fin de que las personas pudieran, a través de renovado y sentido celo y pasión (tanto por ellos mismos como por sus seres queridos ya muertos) donar generosamente a la causa de la iglesia. De esta manera, pensaba Tetzel, la iglesia sería renovada y sacada de su decadencia porque habrían más recursos económicos. Y Tetzel fue un ganador, no un fracasado, ya que le fue extraordinariamente bien, logrando un éxito avasallador… hasta que Lutero y sus 95 Tesis aparecieron en escena.
Hoy, en conferencias, directorios, convenciones, corporaciones y asambleas evangélicas de todo tipo aún se levantan los Johan Tetzel del siglo XXI, engatusando a las multitudes con su retórica y sus planes para que la iglesia consiga dineros, obtenga prestigios mundanos y conquiste respetabilidad y poder en medio de una sociedad corrupta. Al fin y al cabo nada más lógico y aterrizado que reconocer que se necesitan recursos para llevar adelante la obra. Y yo no dudo de ese argumento. Pero bien dijo mi querido Steve Brown: “Satanás levantará 99 verdades si con ellas logra que creas 1 sola mentira”. Al fin y al cabo, “una media verdad es una mentira completa”, solía decirme un tío.
La verdad completa, justamente, es que la iglesia nunca dependió del dinero para comenzar a hacer su obra, los recursos necesarios siempre llegaron oportunamente cuando la iglesia estaba ocupada haciendo la voluntad de Dios, así de simple. Los líderes, misioneros, predicadores, y pastores que fueron instrumentos del Espíritu se caracterizaron por estar dispuestos a pasar hambre, frío y soledad con tal de cumplir su misión y aprendieron a estar contentos en la escasez y en la abundancia por igual, no imponiendo pre-condiciones económicas para decidir si iban a aceptar un campo ministerial o no, pues al fin y al cabo sabían que era su solemne deber y gozoso destino cumplir su llamado.
La verdadera Iglesia de Cristo nunca mendigó favores, ni a los poderes económicos ni a los poderes políticos. Cuando estos le abrieron las puertas a la iglesia fue simplemente porque “las puertas del Hades no prevalecen contra su avance”. Miremos la historia: ¿Cuándo la iglesia de Cristo necesitó depender de Mamón para llevar a cabo su misión? ¿No es esta una lógica más “tetzeliana” que reformada? Por supuesto que el obrero es digno de su salario, por supuesto que la obra se lleva adelante mediante recursos materiales también, pero, como bien dijo en cierta ocasión un querido amigo anglicano a quien admiro por su conocimiento de historia de las misiones: “el dinero debe seguir a los movimientos misioneros y espirituales de la iglesia y jamás ha ocurrido en la historia de la iglesia que los movimientos misionales de despertar espiritual sigan al dinero”. ¡Y claro que estoy de acuerdo con él! ¿Cómo no estarlo si tiene a las evidencias y a la historia de su lado? Conocemos el linaje de estos seguidores postmodernos de Tetzel y podemos trazar su genealogía espiritual: es la misma de los papas y los papistas, la de Diótrefes (3ª Juan 9-10), la de Alejandro el Calderero (2ª Timoteo 4.14-15), la de Simón el Mago (Hechos 8.18-23), la de Jezabel y el ambicioso Acab (1ª Reyes 21)… la de Lamec y Caín (Génesis 4.17-24).
Hoy, en plena semana que recordamos la Reforma Protestante, quiero invitar a la honestidad: que los pastores y líderes seguidores de Johan Tetzel, que tienen el corazón dividido entre Cristo y Mamón, se pongan de pie y rindan homenaje a su verdadero mentor e inspiración. Que dejen de vender pomadas como Tetzel vendió indulgencias y que muestren sus verdaderos colores: ellos también quieren, al igual que su antiguo mentor del siglo XVI, levantar una iglesia grande, poderosa, rica e influyente con el fin solamente de tener su parcela de poder en ella. Han olvidado que hasta que nuestro Señor vuelva sólo somos y, siempre seremos, “la iglesia en el desierto”, lo demás es venderse a la Bestia y prostituirse como la Gran Ramera.
En cambio, los que queremos – en medio de tropiezos, defectos e inconsistencias – seguir a los reformadores en su sencillez y en su ardor implacable y políticamente incorrecto, seguiremos hoy intentando dar continuidad al trabajo inacabado de Lutero, de Calvino y de Knox: “ecclesia reformata semper reformanda”. Bajo la convicción de que a la iglesia la mueve el Espíritu de Dios y la predicación fiel de Jesucristo y no la pleitesía al poder, ni la búsqueda de prestigio, ni la simonía, ni la dependencia del dinero ni la búsqueda de la propia comodidad y estatus socioeconómico de parte de pastores y seudo-misioneros.
Nosotros queremos marcar distancia de los Tetzel modernos y, como nuestro verdadero héroe, Martín Lutero, cargamos contradicciones horrendas, propias de una naturaleza caída, y somos débiles en muchos momentos, pero como él también nos levantamos y decimos: “mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios. No puedo retractarme y no me retractaré, pues ir contra la conciencia no es correcto ni seguro. Aquí me mantengo, pues no puedo hacer otra cosa. Que Dios me ayude.”