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Hermanos, no somos profesionales… pero sí debemos ser pro.

  
El lenguaje es algo maravilloso. Muta, se adapta, se hace flexible, se ajusta. El lenguaje es el ámbito donde existen nuestras sociedades y culturas. Por más que ciertos antropólogos ideológicamente sesgados se opongan, la verdad es que las culturas van evolucionando y cambian conforme entran en contacto con otras culturas distintas y estos cambios se van reflejando en varios ámbitos, pero es en el lenguaje donde primero se notan.

En el caso del idioma español hablado en mi país, Chile, ya hace un tiempo entró en él, proveniente del inglés, una palabrita, corta, de apenas tres letras, pero que tiene un potente significado en el uso cotidiano, especialmente entre los más jóvenes. Me gusta esa palabra porque, aunque es la abreviación de otra más larga, puede ser usada con un significado muy distinto al de la palabra larga de la cual procede. Me refiero a la palabrita “pro”. 

Esta palabra, de apenas una sílaba, como decía, es la abreviación del vocablo “profesional” – de cuatro sílabas ni más ni menos. Pero ser pro no es exactamente lo mismo que ser profesional, por varias razones.

En primer lugar, profesional se usa para designar a alguien que tiene estudios, generalmente superiores, y es un especialista en algún área X, por lo tanto es alguien que obtuvo una educación formal – reconocida por su gremio y por los mecanismos estatales, como el Ministerio de Educación en Chile – en X. Ya alguien pro, en cambio, puede haber obtenido esos estudios, pero no es pro por eso, sino porque es realmente muy bueno en lo que hace, dedicándose a ello con esfuerzo, determinación y disciplina, llegando a destacarse. No pocas veces, incluso, alguien sin estudios formales en X puede ser considerado “muy pro” justamente porque lo hace mejor que aquellos que sí se especializaron en X en alguna universidad. ¿No les parece interesante?

En segundo lugar, el concepto profesional después de tanto uso a lo largo de tantos años ya ha ido adquiriendo cada vez más un significado un tanto negativo. Muchas veces, profesional se usa para designar a alguien que se dedica a determinado trabajo u oficio motivado solamente por el dinero y el reconocimiento social que esto le trae y no porque realmente esa persona ame lo que hace. Esta persona puede incluso hacerlo razonablemente bien, ser muy metódico y serio en su quehacer profesional, pero no hay pasión por lo que realiza. 

Fue en este segundo sentido de la palabra que, de modo profético, el pastor John Piper publicó su libro dirigido a pastores: “Hermanos, no somos profesionales.” No puedo estar más de acuerdo con el llamado que el pastor de Minneapolis hace a sus colegas, entre los cuales me cuento. No puede ser que terminemos dedicándonos al oficio pastoral meramente para buscar estabilidad económica, reconocimiento social y admiración de círculos que nos interesan. En este sentido, no podemos ser meramente profesionales que predican, enseñan, visitan, aconsejan, en fin, que hacen todo lo que un pastor de verdad también hace, pero que lo terminemos haciendo sin amor a Cristo, sin pasión por Su gloria, sin amor por las almas que somos llamados a apacentar, sin amor por la iglesia que es la esposa de Cristo, que es nuestra madre aunque se prostituya (como tan fuertemente muestra el profeta Oseas) y por la que nuestro corazón ha de latir tan intensamente como el del mismo Señor.

Un pastor pro, en cambio, es alguien que hace lo que hace porque lo mueve un amor profundo, una pasión incontrolable como un fuego que arde dentro de sí. Es amor por su Dios y Salvador, sin duda, pero también es amor por la iglesia y amor por su vocación. En este sentido un pro puede que sea un “amateur” (curiosa evolución del lenguaje) pero que ama tanto lo que hace, que por lo mismo cada día crece, se disciplina un poco más, abandona los obstáculos que le impiden seguir su llamado y termina buscando dedicarse a tiempo completo a su vocación porque de verdad la ama. Esto puede que lo lleve, incluso, a tornarse un “profesional” según la primera acepción (alguien con estudios formales; de hecho conozco y admiro a varios pastores que recién después de ordenados fueron al Seminario), pero cuya motivación no es el salario ni el reconocimiento, sino el amor; el amor a su llamado, el amor a su vocación. Como un agricultor que ama cultivar y cuya felicidad proviene de trabajar la tierra, de sembrar, de podar, de regar y de cosechar. Y cuando la cosecha llega, llama a todos sus amigos y vecinos y comparte con ellos los frutos dulces de lo que cultivó porque no los quiere sólo para sí, ya que como todo corazón que ha aprendido a amar, ama también ver a otros felices con el fruto de su trabajo. ¡Esto es ser pro!

Es interesante, pero externamente un mero profesional puede estar haciendo las mismas cosas que un pro. Su día a día de actividades puede verse muy similar. Pero, una vez más, es en el corazón donde está la diferencia. Y cuando la diferencia está en el corazón, esta se notará externamente, más tarde o temprano. Y no me refiero necesariamente al abandono ministerial, ya que a veces la pasión los lleva a incendiarse y, como decía Neil Young, “es mejor incendiarse que irse apagando lentamente” (“It’s better to burn out than to fade away”). En este sentido, alguien, como Juan el Bautista, puede tener un ministerio de apenas unos meses (entre 6 y 18 meses deducen los eruditos bíblicos), pero aún así, como el profeta del desierto, tener un ministerio de entrega total a Cristo y no a sus propios objetivos de estabilidad económica personal o de reconocimiento social (generalmente para compensar Dios sabe qué traumas infanto-adolescentes). 

Pero, como decíamos, al final de todo, se notará en los frutos. Porque un corazón pro da frutos pro. Sus frutos son resultado del amor, no del resentimiento, no del tener que demostrarle nada a nadie, ni mucho menos el resultado de un trabajo metódicamente impecable, socialmente loable, pero frío, sin corazón. No nos ilusionemos: el amor del pro no es celestial, es terrenal y muy real. Es ese amor humano, muchas veces cargado de contradicciones, que se abre paso en el corazón mediante luchas intensas y terribles a solas en la madrugada, pero es 100% real, es ese amor que el Espíritu de Dios planta en corazones caídos a los que está redimiendo de sí mismos. Y el fruto del pro es producto de ese amor, de amar lo que se hace y, sobre todo, de amar al Dueño del huerto, a Cristo el Señor.

En este sentido, hermanos pastores, hago eco de las palabras de Piper, buscando aplicarlas a mí mismo en primer lugar e invitándolos a caminar conmigo en esta visión: no seamos meros profesionales, pero sí seamos [y busquemos ser cada día más] pro.

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El guerrero es un niño

Este post no es mío. Es una de la reflexiones semanales de Steve Brown en el blog de su ministerio KeyLife. La traducción tampoco es mía, es de mi amigo Danilo Járlaz, quien la ha dispuesto como un regalo para todos los que quieran leerla. Una vez más: ¡gracias Danilo! Por tu excelente trabajo y generosidad.


Estas últimas semanas han sido particularmente difíciles y muy dolorosas para mí. Probablemente han escuchado acerca de la renuncia del pastor Tullian Tchividjian como pastor de la Iglesia Presbiteriana Coral Ridge en Fort Lauderdale. No voy a profundizar en detalles porque los medios de comunicación ya nos han dicho todo lo que se puede contar al respecto, incluyendo con esto, por supuesto, el regocijo de personas no creyentes acerca de la “hipocresía” de los Cristianos que “se creen mejor que todo el resto” y los fariseos que gustosamente señalan a lo que lleva “el enfatizar tanto la gracia”.

Francamente me he hastiado de todo esto.

Mi dolor es mucho más profundo y personal que esto. Veran, yo amo a Tullian… le amo muchísimo. Lo conozco desde que tenía seis años de edad y he orado por él diariamente la mayor parte de su vida. Fui su profesor de seminario hasta que culminó sus estudios y he conocido y amado a su familia (tanto a los Tchividjian como a los Graham) la mayor parte de mi vida adulta. El difunto padre de Tullian, a quien extraño mucho, fue un amigo muy cercano.

Francamente, no planeé decir ni escribir nada respecto a lo ocurrido. Ya se ha dicho demasiado y a veces, cuando uno no sabe qué decir, es mejor guardar silencio. Sin embargo, formo parte del equipo pastoral (como pastor docente) de la iglesia presbiteriana de Coral Ridge, Key Life se ha asociado con Coral Ridge y Tullian en el Movimiento “Liberate” casi desde los inicios de “Liberate”. Muchos de ustedes me han llamado por teléfono, mandado e-mails, o escrito cartas para expresar su preocupación por mí y por todos aquellos que estamos involucrados en esto. Supongo que alguien que ama y conoce a Tullian y ha compartido el potente mensaje que ha predicado y enseñado no puede mantenerse en silencio. Por esto voy a escribir algo aquí… un pecador que ama a Jesús escribirá, para a otros pecadores que aman a Jesús acerca de pecadores que aman a Jesús. Estoy haciendo esto por ustedes, por mí y por todos aquellos que han sido heridos o están enojados o confundidos por lo ocurrido. Me he sentido igual que ustedes las últimas semanas.

Como pueden imaginar, es peligroso decir cualquier cosa acerca de una tragedia como esta. No daré excusas para el pecado, ni para el mío, ni para el de ustedes o el para el de Tullian. La santidad de Dios no es algo menor. No hay excusas para el pecado. El pecado es pecado porque es oscuro, destructivo y hace agonizar al pecador, tanto a los que luchan contra el pecado como aquellos que aman pecar. Nunca he insinuado que la gracia signifique no estar dolido por el pecado o que el arrepentimiento sea innecesario. Los cristianos están llamados a vivir una vida de arrepentimiento. Es la fuente de nuestro poder. Y por esto, a menudo he sido acusado de animar a la gente a pecar deliberadamente (una acusación, que de paso sea dicho, es falsa) No quiero darles más auge a los acusadores. Ya tienen suficiente. 

Déjenme compartiles algunas preguntas que he recibido últimamente:

Steve, ¿acaso el pecado de Tullian no demuestra que hablar un mensaje de gracia tan radical es muy peligroso y finalmente provoca lo que ocurrió?

La verdad es que no. De hecho, es precisamente lo opuesto. A pesar de que odio totalmente lo que ocurrió, Tullian ha demostrado que Cristo no murió por pecados pequeños o “respetables”. Jesús no murió porque no nos cepillamos los dientes el mes pasado, o dijimos alguna mentirita blanca a nuestro profesor de escuela dominical, o porque le robamos un poco de comida a nuestra madre cuando éramos niños. Cristo murió por pecados y pecadores REALES. Si la gracia que Tullian predicó y enseñó no estuviera disponible para él, tampoco estaría disponible para ti, ni para mí.

Una de las verdades elementales del cristianismo, el corazón de nuestra fe, es que Dios reveló su gracia y misericordia. Satanás odia este mensaje y sabe que si logra que los cristianos rechazen o duden acerca de esta verdad incondicional de Dios, de su amor y su perdón para los pecadores, ganará una gran batalla. No dejemos que nos engañe. Escuchen los sermones de Tullian y lean sus libros. Si Dios hablara su verdad sólo a través de predicadores “puros”, nadie podría hablar de su mensaje. No es acerca de Tullian, o de mí ni de nadie más. Es acerca de Jesús. Somos inmensamente pecadores y necesitamos un inmenso Salvador.

Si Tullian ha predicado o enseñado acerca de su propia obediencia o los ha llamado a contemplar su propia obediencia, quemen sus libros y borren sus sermones. Pero Tullian hizo esto. Él predicó la obediencia, la fidelidad y la santificación, pero él siempre apuntó hacia Jesús y confesó repetidamente que estaba luchando contra sus pecados al igual que nosotros.

Una vez más, esto no es una “excusa”, pero es algo importante de recordar. 

Pero muchos han sido heridos y están confundidos.

Por supuesto que lo están. Yo también lo estoy. Nos recuerda a todos nosotros que es peligroso adorar cualquier altar que no sea el de Dios. Porque muchas veces los maravillosos dones de Tullian, su predicación y escritura tan poderosa, su tan atractiva y encantadora personalidad, nos hacían olvidar fácilmente que él tambien es un pecador como cualquier de nosotros, que tenemos nuestros “demonios” internos, los cuáles muchas veces son aterradores.

Algunos años atrás Twila Paris escribió y cantó una canción que me ha estado rondando estos días.

Últimamente he estado ganando batallas a diestra y a siniestra.

Pero incluso los ganadores son heridos en batalla.

La gente dice que soy asombroso.

Que me he vuelto fuerte con el pasar de los años.

Pero ellos no pueden ver dentro de mí.

 

Que escondo las lágrimas.

No saben que corro a casa cuando caigo.

No saben quién me levanta cuando nadie me ve.

Dejo caer mi espada y lloro un momento.

Porque dentro de esta armadura

El Guerrero es sólo un niño. 

¿El pecado no importa? 

Por supuesto que el pecado importa. Cualquier cosa que haya costado la sangre del Hijo de Dios importa profundamente. Dios está haciéndonos como Jesús y es un proceso doloroso y lento que incluye los errores y el pecado. Se llama santificación y ocurre a medida que amamos más a Cristo. Él crece y nosotros menguamos. Pablo dijo que estamos crucificados con Cristo y que incluso Cristo vive en nosotros. Ambas cosas son un hecho un proceso. Durante este proceso nunca somos rechazados, nunca dejamos de ser amados y nunca dejamos de ser vestidos con la justicia de Cristo. Pero sin embargo, el proceso continúa.

¿Qué ocurrió con el “proceso” de Tullian?

Nunca sabremos la historia completa de nadie más que la nuestra, y no lo sé. Alguien ha dicho que cuando los cristianos pecan hay tres cosas que no sabemos acerca de como ellos enfrentan este hecho. Primero, no sabemos qué poderes están acechándolos. Segundo, no sabemos cuán difícil o por cuánto tiempo la persona ha peleado contra estos poderes. Y tercero, no sabemos el horror y la vergüenza que ellos sienten cuando han perdido la batalla.

Yo sí se que la reacción más apropiada para el pecado de un hermano o hermana cristiana debería ser la tristeza y las lágrimas. Muchos de ustedes han reaccionado en una forma en que ha sido una bendición para mí. Ni se lo imaginan. Como muchos de ustedes saben, este último tiempo he llorado más de lo que no había llorado en mucho tiempo. Sus palabras de comprensión, oración y sensibilidad me han sonreído como lo haría Jesús. Ric Cannada, mi mentor principal en el Reformed Seminary, apuntó a que hiciéramos una pausa en Key Life, y oró conmigo y otras personas de nuestro equipo. Muchos de ustedesn han escrito y llamado, como muchos otros amigos diciendo “déjame orar por ti” y oramos juntos por teléfono.

Pero Steve, tú no fuiste el que pecó esta vez.

¿No se dan cuenta? ¡Ése es mi punto! EL cuerpo de Cristo está tan conectado que deberíamos saborear la sal de las lágrimas los unos de los otros. Cuando los errores marcan a un hermano o hermana, ése es nuestro error también. Cuando nuestros amigos cristianos triunfan sobre el pecado o se mantienen firmes ante, todos deberíamos corear juntos el “ALELUYA”. Tus pecados son mis pecados, y tu fidelidad es mi fidelidad. Estamos todos juntos en esto, todos. Y todos nosotros pecamos y tenemos nuestros pequeños éxitos contra el pecado en ocasiones. Esto hace que nuestro vínculo sea mucho más fuerte.

Desafortunadamente no todos comprenden esto. He escuchado “¿¡Él?! ¡Pero cómo es posible!” y “Quizá ni siquiera sea salvo”, “Un Cristiano Real nunca haría algo como esto” y muchas cosas similares. Un pastor que evidentemente estaba muy contento con lo ocurrido, me escribió diciéndome: “Finalmente vemos los resultados de tus enseñanzas.” Él me dijo que era tiempo de arrepentirme de mi propia enseñanza y de mi narcisismo. Incluso me ofreció ayuda para arrepentirme y cambiar. (De paso le respondí que él sólo había visto la mitad de mi narcisísmo y que si supiera la verdad, quedaría horrorizado.)

Recibí un e-mail de un amigo que recientemente había expuesto su más horrendo pecado a la iglesia públicamente. Su vergüenza y horror me llevaron a sentir compasión por él, al igual que Tullian. Mi amigo me escribió: 

“¿Sientes la misma frustración que yo? Que la iglesia se siente como un lugar donde debemos mantener lo que se ve de afuera limpio y alejar todos los pecados socialmente inaceptables? Donde los pecados más grandes cometidos por cristianos necesitan ser quitados de la atención publica lo más rápido posible. Odio el mensaje que estas cosas comunican a nuestro mundo y a otros cristianos que quieren arrepentirse. 

Sólo mantiene el sentimiento de cómo la iglesia no es un lugar seguro para arrepentirse. ¿Cuándo estas personas dejarán de ver la paja en el ojo ajeno y dejarán de juzgarnos? Si mis líderes hubieran hecho esto cuando lidiaron con mi confesión, habrían manejado mi situación de manera distinta. Al que mucho se le perdona, mucho ama y ellos no me amaron a mí…

Me encanta que tu blog muestre a la iglesia como un lugar seguro para arrepentirse. ¿Pero por qué no es así? De eso se trata la iglesia. Gracias, Steve, por compartir este mensaje. Lo necesitamos mucho. Oro a Dios de que podamos aprender a manejar el pecado de manera diferente…

Si ves a Tullian dile que lo siento mucho. Y que lo perdono y lo sigo amando totalmente. Voy a extrañar sus sermones también. Estoy muy angustiado por todo esto y necesitaba decírtelo. 

Gracias por escucharme. Sólo seguiré confiando que Dios es Soberano aún en medio de este desastre y se que puedo confiar en que Dios puede sacar cosas buenas aún de las cosas malas. Y seguiré perdonando. No voy a juzgar ni tampoco condenar a otros pecadores…” 

Y ¿ahora qué?

No tengo idea, pero sí estoy de acuerdo con mi amigo de que Dios es soberano aún en medio de este desastre y se que puedo confiar en que Dios puede sacar cosas buenas aún de las cosas malas. Sigo amando a Tullian y él sigue siendo mi amigo. Nada ha cambiado eso. Su mensaje sigue siendo poderoso porque es verdadero. No es menos verdadero ahora ,ni lo será con el pasar de los años… y quizás sea más necesario ahora que nunca.

En Lucas 22, recordarán que Jesús le dice a Pedro que Pedro le negará y Satanás intentará destruirle. Entonces Jesús le dice a Pedro “Pero yo he orado por ti para que tu fe no falle. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos.” (v. 32). 

Esto es lo que Jesús le dice a Tullian, a ti y a mí. El poder de los cristianos no está en su fortaleza, sino en sus debilidades, en su quebrantamiento y en su pecado. Este es el mensaje con el que “fortalecemos a nuestros hermanos y hermanas.” Es un mensaje acerca de redención, perdón e increible Gracia de Dios, de misericordia y amar a las personas que no lo merecen. Sólo los pecadores pueden proclamar este mensaje porque somos los únicos suficientemente descalificados para hacerlo. 

Steve Brown.

  

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Crisis de confianza y necesidad de control

  
Fue en septiembre de 2013, en el antiguo edificio de una iglesia luterana en Chelsea, Nueva York. Era un encuentro de profesionales cristianos y uno de los expositores, presbítero regente de la iglesia presbiteriana Redeemer, trabajando desde hace muchos años en el sector financiero de Wall Street dijo la sencilla y obvia idea que me dejó pensando hasta hoy: “La crisis financiera de 2008 fue una crisis de confianza. Personas dentro del sistema se aprovecharon de la confianza de todos los demás y arriesgaron lo que no debían. Necesitamos recuperar la confianza. Todo el sistema económico de EE.UU. se basa en la confianza. Sin confianza perderemos nuestro sistema.

Por supuesto. Cuando la confianza es traicionada los controles aumentan. Es así en todo orden de cosas. No quiero hablar en este post sobre política ni economía, sino, una vez más y muy brevemente, sobre principios de gobierno eclesiástico. Los sistemas basados en la confianza tornan imperiosa la necesidad de ser éticos, de mostrar y demostrar que somos coherentes, que hay honestidad en nuestras palabras y disposición sincera a corregir excesos y errores; incluso que nos arrepentimos cuando necesario y pedimos ayuda para enmendar nuestros caminos. Esto es cierto en un montón de orden de cosas, pero especialmente en las iglesias y sobre todo en el sistema presbiteriano de gobierno.

El sistema presbiteriano de gobierno está diseñado como un conjunto de principios generales que tiende a marginar o dar poca importancia a las reglas y reglamentos demasiado detallistas, ya que los estatutos presbiterianos son diseñados para que iglesias locales, consistorios, presbíteros regentes y pastores desarrollen sus ministerios con libertad. Un buen presbiteriano, por esto mismo, prefiere los principios generales a los reglamentos casuísticos. Es importante destacar que estos últimos son más propios del catolicismo-romano medieval y tridentino que forjó el carácter español y, por eso, tienden a ser culturalmente más anhelados por los hispanoamericanos, incluso los de teología reformada. En este aspecto se puede tornar especialmente difícil ser un presbiteriano consistente cuando se es latino (en otros aspectos, sin embargo, creo que puede dar ventaja).

Pero aquí es donde lo que escuché aquella noche de 2013 también se aplica a la política eclesial: cuando una iglesia local, consistorio, pastor o presbítero regente, rompe la confianza, yendo contra el espíritu del sistema y de los estatutos, buscando subterfugios, vacíos legales e incluso artículos pobremente interpretados para levantar proyectos personalistas, enseñar doctrinas o adoptar prácticas que contradicen nuestra confesionalidad, autopromoverse, enriquecerse o, simplemente, negarse a actuar como cuerpo en sumisión voluntaria a los consejos superiores, entonces es cuando la crisis de confianza se instala. En este caso la reacción natural va a ser buscar más mecanismos de control de los presbiterios y sínodos a las iniciativas de iglesias locales. Es natural. Es una ley de la vida que podrá gustarme o no, pero así es en casi toda esfera. 

Por lo tanto, sólo  existe un camino para que iglesias locales y pastores actúen con libertad y sus iniciativas no sean frustradas por un excesivo control de los consejos superiores: actuar siempre con transparencia, de buena fe, en genuino espíritu de colaboración con las demás iglesias y los consejos superiores y sin dejar de dar soporte irrestricto a los proyectos que los mismos presbiterios y sínodos han trazado en conjunto con las iglesias locales en ellos representadas. 

He oído quejas de consistorios y pastores del tipo “es que nos controlan demasiado, no debiera ser así” y concuerdo con ellas, pero cuando vienen de parte de quienes han traicionado confianzas de forma reciente, me parecen una falta de criterio y, en buen chileno, un cierto nivel de “patudez”. Primero se deben recuperar las confianzas, después los consejos superiores podrán ir soltando el control. Pero aquí también hay otro lado de la moneda: no podemos vivir en desconfianza constante y perpetua; sin genuino arrepentimiento por un lado y otorgamiento del perdón por el otro, toda demostración de confianza parecerá insuficiente. 

¿Dónde está el equilibro? Sinceramente: no lo tengo tan claro. Pero una cosa es segura: mientras más confianza, menos control y viceversa. Es una ley universal… en Wall Street y en la “quebrá del ají”.

P. D. Tal vez la sabiduría que proviene de la gracia común nos ayude a dilucidar los caminos: Confiá – Fito Páez

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Por qué no creo en LA Iglesia Evangélica

  
Pensar fuera de la caja tiene sus costos. Cuesta, primero, porque es desafiador intelectualmente, uno debe escapar de los estereotipos dentro de los cuales estuvo acostumbrado a pensar por largo tiempo y no saco nada con engañarme a mí mismo: no soy alguien intelectualmente aventajado y este tipo de ejercicios son difíciles para gente como yo. En segundo lugar, cuesta también porque para muchos se constituye en una traición personal que dejes de pensar como ellos, así que pierdes amigos o personas que pensabas que eran tus amigos. Pero uno no debe, por esa causa, entregarse a la deshonestidad intelectual. Y aquí, como hombre de fe y como ministro ordenado debo reconocer que hay cosas en las cuales, lisa y llanamente, no creo. Una de ellas es la famosa “Iglesia Evangélica” o “Iglesia Evangélica en Chile”. Me opongo tenazmente a creer en una entidad que, como el chupacabras o el viejito pascuero, sólo existe en la imaginación de unos pocos. Aquí mis razones:

1. Es un hecho innegable que las iglesias evangélicas chilenas no están unidas, y esto me parece que es una experiencia que se repite en casi todos los países. Es deshonesto intentar agrupar bajo un nombre propio (con la primera letra mayúscula y en singular: “Iglesia”) a un montón de denominaciones, corporaciones, sínodos, diócesis, convenciones, iglesias, concilios, etc. que son, además de diversos, claramente autónomos en su relación unos con otros. Simplemente no corresponde porque es deshonesto con la realidad. No existe tal cosa como “LA Iglesia Evangélica”, ni en Chile ni en Marte. No hay acuerdo sobre un montón de materias teológicas que no son menores, menos aún lo habrá, por lo tanto, sobre materias valóricas, políticas, sociales, etc.
Que un grupo de pastores y obispos, por muy grandes que sean sus iglesias, se junten a tomar desayuno y orar no los hace merecedores de un título tan irrealista. Está bien que se junten. Está bien que oren. Está bien que trabajen juntos en ciertas iniciativas que le hacen bien al país. Lo que no está bien es que se pongan a firmar declaraciones a nombre de una supuesta entidad que no existe más allá de sus imaginaciones y (por qué no decirlo) ansias de poder.

2. No es deseable que siquiera llegue a existir algo como una “Iglesia Evangélica en Chile”. Y esto es porque sería una simple y brutal violación a los principios fundacionales de los mismos evangélicos allá en la reforma protestante del siglo XVI. No lo tomo a la ligera: la grandísima mayoría de las iglesias evangélicas (más del 90%) se pusieron a celebrar felices cuando en Chile se decretó el feriado del 31 de octubre como el día nacional de las iglesias evangélicas y protestantes, justamente por su relación con la reforma. Pues bien, asumamos algo básico que compartimos las iglesias herederas (directas e indirectas) de la reforma protestante: nos oponemos a levantar sistemas eclesiásticos de poder jerárquico y terrenal al modo del catolicismo-romano. Soy evangélico, protestante y reformado y, como tal, pocas cosas me generan más anticuerpos que ver a evangélicos lamentando que, como institución visible, no seamos UNA sola “Iglesia” al modo de los papistas. Mi visión es clara y categórica: NO. No quiero que exista una sola, grande, poderosa y uniformizada “Iglesia Evangélica en Chile”. No sueño con eso, ni oro por eso. Me repugna imaginar un aparato institucional que, usando el mismo nombre del Evangelio, detente un poder tan grande, que políticos y empresarios por igual tengan que rendirle pleitesía y pedirle permiso para llevar adelante sus iniciativas. Leo el Apocalipsis y una institución como esa no me recuerda a los mártires que derraman su sangre y alaban al Cordero, sino a la Gran Ramera y, en esto al menos, tengo al mismísimo Martín Lutero de mi lado.

3. Finalmente, permítanme aclarar algo: anhelo de todo corazón ver mayor unidad entre las iglesias evangélicas; es más, he orado y trabajado por eso. Me siento identificado con Juan Calvino cuando le escribió al obispo de Canterbury, Thomas Cranmer, diciéndole que cruzaría diez mares en pro de la unidad de la iglesia. Pero creo que el mayor asesino de esa unidad sería justamente su mala copia, su “evil twin”: una grande y poderosa entidad llamada “Iglesia Evangélica”. Ese no es el camino a la unidad, sino a la tiranía de unos pocos y al totalitarismo religioso. Parafraseando a John Piper, la verdadera unidad se dará teniendo bien claras y definidas las diferencias denominacionales, y no “quitando las cercas” teológicas, confesionales y político-eclesiásticas, sino todo lo contrario: manteniéndolas, reforzándolas y estableciendo puertas claras que nos permitan amarnos y trabajar juntos a través de esas cercas. Eso significa reafirmar, delimitar, someterse y apoyar la autoridad del Obispo y de su consejo asesor,  en el caso de las iglesias con sistemas de gobierno episcopales; reforzar los sistemas de comunicación intereclesial y reunir más seguido a las convenciones, en el caso de quienes pertenecen a sistemas de gobierno más congregacionalistas; del mismo modo, en el caso de los presbiterianos, significará reforzar nuestra identidad y confesionalidad y fortalecer, con una participación activa y comprometida, a nuestros presbiterios y sínodos a fin de que, como representantes debidamente designados para ello, los pastores podamos participar, motivar a los miembros a participar y hacer crecer iniciativas interdenominacionales de evangelización, formación de profesionales, educación, acción social, causas políticas que nos parezcan justas (como la lucha contra el aborto o la corrupción política), etc. En este sentido serían bienvenidas iniciativas tales como una Asociación de iglesias evangélicas o un Consejo nacional de iglesias evangélicas (así: con la palabra “iglesias” en minúscula y en plural), pero los celos y la sed de poder nos impiden que nos pongamos de acuerdo… aunque esto último, ustedes se dan cuenta, ya es materia para otro post.

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Palabras a favor de una iglesia, al mismo tiempo, orgánica e institucional.

  
No. No veo la contradicción. Ni tampoco me parece nada nuevo. Creo que la iglesia debe ser una comunidad orgánica y creo que debe ser, al mismo tiempo, una institución corporativa. Creo que ambas dimensiones se complementan y se necesitan la una a la otra. Básicamente, por eso soy presbiteriano.

Primero, porque esta es la naturaleza de la iglesia desde una perspectiva bíblica: la iglesia es descrita en el Nuevo Testamento como planta y como edificio al mismo tiempo. La iglesia también es descrita como cuerpo y el cuerpo tiene músculos, arterias y órganos, pero también tiene un esqueleto rígido que sustenta todo esto, que soporta y permite el crecimiento de sus músculos y órganos. No es un exoesqueleto como muchos insectos o como los extraterrestres de las falsas películas del Área 51, o sea: no es un esqueleto externo que limita el crecimiento, sino todo lo contrario: es un esqueleto interno que crece junto con lo demás y permite que lo demás vaya desarrollándose.

En segundo lugar porque es acorde con la visión histórica de los reformadores: Lutero y Calvino fueron unánimes en rechazar tanto la cautividad babilónica del catolicismo-romano (que usaba una fuerte estructura institucional con el fin de mantener, promover y aumentar su poder terrenal) como el romanticismo iluso de los anabaptistas que proponían una iglesia sin estructuras porque, supuestamente, era “movida libremente por el Espíritu”. Como bien dijo alguien por ahí: generalmente las nuevas formas de cristianismo no son más que viejas herejías. Y eso es lo que identifico en muchos de esos movimientos que hacen un llamado a la iglesia sin estructura, sin jerarquías, sin pastores, sin estatutos: un retorno a las viejas herejías anabaptistas. En otras palabras, un caldo de cultivo para liderazgos mesiánicos unipersonales y carismáticos.

Muy relacionado a lo anterior, la visión clásica reformada, como lo expresa el capítulo I, párrafo VI, de la Confesión de Fe de Westminster, por ejemplo, entiende claramente que las estructuras de la iglesia se definen a la luz de lo dicho en las Escrituras EN CONJUNTO CON la luz de la naturaleza y la prudencia cristianas. Oponerse a una práctica eclesial utilizando solamente el argumento simplista: “¿Y dónde la Biblia dice que esto debe hacerse así?” es un tanto tramposo, ingenuo en el mejor de los casos, y, ciertamente, algo muy poco reformado cuando se trata de la forma de gobierno. Y la razón para esto es simple: la misma Escritura no nos deja demasiados detalles sobre cómo ordenar y organizar la vida práctica de la iglesia, así que es genuinamente reformado apelar a una sana simbiosis entre los argumentos bíblicos (que son la piedra de tope: no se debe adoptar nada que los contradiga y ellos proveen el marco dentro del cual se estructura lo demás) y argumentos y prácticas propios de la tradición e historia cristianas.

En cuarto (o tercer) lugar, una buena estructura institucional es justamente la que permite que la iglesia se desarrolle como comunidad orgánica sana y una sana comunidad orgánica es, a su vez, la base para una buena estructura institucional. Me explico con algunos ejemplos: cuando las estructuras institucionales obligan a las comunidades locales, y especialmente a los pastores, a rendir cuentas de sus decisiones, uso de los dineros, etc. esto se torna un freno natural para los abusos de poder, impide el surgimiento de liderazgos mesiánicos, permite resolver a tiempo las malversaciones de fondos, etc. Si una comunidad local está, a su vez, llevando adelante una sana vida orgánica como iglesia, esto facilitará a los concilios su labor, permitiéndoles no tener que inmiscuirse más allá ni burocratizar demasiado los procesos. La extrema burocratización de ciertos procesos son el resultado inevitable de pérdidas de confianza, si las confianzas se restauran de manera sana, la burocratización, supervisión y control de procesos (especialmente de parte de presbiterios y sínodos) se van haciendo cada vez más prescindibles. 

Por lo tanto, esta es básicamente mi visión eclesiológica: la iglesia es siempre organismo e institución y es bueno y sano que sea ambas cosas al mismo tiempo. Sin embargo, me parece que a nivel de comunidad LOCAL, la iglesia debe ser en un mayor porcentaje organismo y en un menor porcentaje (en áreas como tesorería o elección de pastores y oficiales, por ejemplo) institución. Pero a nivel más “METAECLESIAL” (corporaciones que congregan varias o muchas iglesias, como en el caso de presbiterios, sínodos y sínodos generales), la iglesia debe comportarse más como institución – con procesos racionales, más impersonales y burocráticos, establecidos en un estatuto – que como organismo, ya que se manejan cuotas mayores de poder, influencia y dinero y en estos contextos no es sano ni prudente dejar la puerta abierta a liderazgos carismáticos personalistas, que podrían llegar, incluso, a ser plenipotenciarios.

Concluyendo, una iglesia 100% institucionalizada es un aparato de poder terrenal, lento y difícil de mover, lleno de política pecaminosa humana y esto es totalmente contrario a la voluntad de Cristo para su esposa. Pero, por otro lado, una iglesia 100% orgánica (libre de estatutos y procesos institucionales de rendición de cuentas) es el caldo de cultivo ideal para liderazgos mesiánicos, personalismos, abusos de poder de parte de pastores y desvíos de dinero. Ambos extremos son rechazados por mí. Por eso soy presbiteriano por convicción. El sistema presbiteriano de gobierno – más fácil de ser leído en el papel que aplicado en la práctica y, sin duda, perfectible en muchos aspectos – me parece el que mejor encarna estos principios que acabo de exponer, así que hoy, 7 de junio de 2015, no quiero dejar de agradecer al Señor el ser parte de este organismo-institución: ¡Felices 147 años Iglesia Presbiteriana de Chile!

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Una palabra muy vigente de Leonard Ravenhill

 

 “Nuestra necesidad nacional en esta hora no es que el dólar recupere su fuerza, o que salvemos nuestro rostro ante el caso Watergate, o que encontremos la respuesta al problema de la ecología. ¡Lo que necesitamos es un profeta enviado por Dios!

[…]

Millones se han gastado en la evangelización en los últimos veinticinco años. Cientos de mensajes del evangelio avanzan por el aire sobre la nación todos los días. Cruzadas se han celebrado; reuniones de sanidad han hecho una contribución vital.(…)

Organizadores tenemos. Abundan los predicadores expertos y las organizaciones cristianas multimillonarias. Pero, ¿dónde, oh dónde, está el profeta? ¿Dónde están los hombres incandescentes recién salidos del lugar santo? ¿Dónde está el Moisés que clama en ayuno ante la santidad del Señor por nuestra moral mohosa, nuestra pérfida política y nuestra espiritualidad agria y enferma?

Los hombres de Dios permanecen ocultos hasta el día que han de ser mostrados. Ellos vendrán. El profeta es vejado durante su ministerio, pero es vindicado por la historia.

Hay un terrible vacío en el cristianismo evangélico de hoy. La persona desaparecida en nuestras filas es el profeta. El hombre con una terrible seriedad. El hombre totalmente de “otro mundo”. El hombre rechazado por otros hombres, incluso otros hombres buenos, porque lo consideran demasiado austero, demasiado-severamente comprometido, demasiado negativo y poco sociable.

Que sea tan claro como Juan el Bautista.

Que sea por un tiempo una voz que clama en el desierto de la teología moderna y del “iglesismo” estancado

Que se niegue a sí mismo como el apóstol Pablo.

Que diga y viva: “una cosa hago.”

Que rechace los favores eclesiásticos.

Que se humille a sí mismo, no complaciéndose a sí mismo, no auto-proyectándose, no justificándose, no gloriándose, no auto-proclamándose.

Que no diga nada que pueda atraer la atención de los hombres a sí mismo, sino sólo aquello que moverá los hombres hacia Dios.

Que venga a diario del salón del trono de un Dios santo, del lugar donde ha recibido la orden del día.

Que él, bajo Dios, destape los oídos de los millones que están sordos por el estruendo de las monedas ordeñadas en esta era de hipnotismo materialista.

Que llore con una voz que este siglo no ha escuchado porque él ha visto una visión que ningún hombre de esta época ha visto.

Dios envíanos este Moisés que nos llevará desde el desierto del materialismo craso, donde las serpientes de cascabel de la lujuria nos pican y donde los hombres ilustrados, totalmente ciegos espiritualmente, nos llevan a un siempre-cercano Armagedón.

¡Dios ten misericordia! ¡Envíanos PROFETAS!”

(Leonard Ravenhill)

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¿Qué es ser presbiteriano?

  

La tradición es la fe viva de los que murieron. 

El tradicionalismo es la fe muerta de los que viven

(Jaroslav Pelikan)
La iglesia reformada, una vez que se instala y difunde su predicación del Evangelio en Escocia bajo el liderazgo de John Knox (alumno y colaborador de Juan Calvino) en el siglo XVI, tomó el nombre de iglesia presbiteriana. Esto fue así principalmente por su forma de gobierno que consiste en consejos compuestos por varones con sabiduría, experiencia y dones para ejercer el gobierno y la enseñanza en la iglesia, a estos varones también se les llama en la Biblia de “presbíteros”, que significa literalmente “ancianos”. Al ser una iglesia gobernada por consejos de presbíteros, por lo tanto, las iglesias reformadas de Escocia se popularizan más con el nombre de presbiterianas.
Quise comenzar con esta breve introducción histórica sólo para puntualizar un hecho: ser presbiteriano es ser reformado. Históricamente, incluso, es ser de la primera generación de reformados. Esto no nos da privilegios ni muchos menos debería producir en un presbiteriano orgullo o arrogancia, sino todo lo contrario: debe infundir humildad y un gran sentido de responsabilidad, pues entendemos que “reformado” no es más que un nombre (importante y útil, sin duda) para designar la búsqueda por ser constantemente renovados a la luz de la Escritura por el poder del Espíritu Santo. Por principio, la búsqueda constante e incansable por ser consistentemente reformados es lo que debería, por lo tanto, caracterizar a los presbiterianos. Tristemente, sin embargo, en la historia reciente de algunas iglesias y denominaciones de tradición presbiteriana y reformada (como la PCUSA), ha habido un abandono de los principios que nos caracterizan como tal, al punto que, a mi entender, han perdido la esencia de su carácter reformado y presbiteriano.
Así que ¿qué es ser presbiteriano al final? A mí entender es la búsqueda de ser coherentemente reformado en, al menos, 3 aspectos muy básicos y fundamentales:

1. Es ser confesionalmente reformado:
Esto significa que reconocemos la necesidad y el altísimo valor de aquellos documentos donde la iglesia de Cristo ha manifestado explícitamente, después de haber estado reunida en concilio (como en Hechos 15), su posición doctrinal sobre materias fundamentales de la fe cristiana. Un documento doctrinal o confesión de fe no es la base ni el sustento de la fe de un presbiteriano, ya que sólo la Biblia, que es la Palabra de Dios, es la única regla de fe y práctica. Pero una confesión es la EXPRESIÓN de esta fe, cuyo fundamento es la Escritura. De esta manera, se da un complemento saludable donde las confesiones de fe sirven de marco para el actuar de la iglesia y del creyente, pero este marco, a su vez, está bajo el escrutinio de la Palabra de Dios como juez último. En este sentido, los presbiterianos tenemos una serie de documentos que nos caracterizan, siendo el principal de ellos la Confesión de Fe de Westminster (publicada en Inglaterra en 1648). Otros documentos son también: los catecismos mayor y breve de Westminster (1649), el catecismo de Heidelberg (1563), la Confesión Belga (1568) y documentos del cristianismo histórico, tales como el Credo Apostólico y el Credo Niceno-Constantinopolitano (siglo IV). Esto facilita para el presbiteriano que tenga una identidad comunitaria amplia, no sólo en términos geográficos o de espacio, porque nos sentimos hermanos con otras iglesias, familias y personas de otras latitudes, con toda naturalidad, sino también en términos históricos o de tiempo, ya que nos sentimos hermanos con los cristianos que lideraron la revolución norteamericana de 1776, con los pastores reunidos en el Sínodo de Dordrecht en 1618, con los hugonotes muertos en la matanza de San Bartolomé el 24 de agosto de 1572, con los valdenses del siglo XII e incluso con los cristianos de los siglos II y III perseguidos en el imperio romano, por igual.
2.  Es ser pactalmente reformado:
Esto significa que creemos en una unidad fundamental del pacto del Antiguo y Nuevo Testamentos. No creemos que Dios improvisó nuevos pactos a medida que los anteriores iban fallando, sino que su decreto eterno siempre fue revelar el pacto que hoy podemos disfrutar en el sacrificio de Cristo (Apocalipsis 13.8) y para eso fue revelando progresivamente los distintos pactos del Antiguo Testamento, como preparación y preanuncio del pacto definitivo que Cristo hizo con el Padre. Como la misma palabra griega usada en la Biblia lo indica, el nuevo pacto es “nuevo” en el sentido de “renovado”, no de algo absolutamente nuevo y original. Dios dio una renovación definitiva a los pactos del Antiguo Testamento en la persona de Jesucristo, esto implica, sin duda, el abandono de ciertos rituales y de la identidad nacional del pueblo de Dios de antes de Cristo, pero implica también que, en su esencia, el pacto que podemos disfrutar los cristianos hoy con nuestro Dios no es otra cosa sino la continuidad y plenitud de aquel pacto antiguo. Esto es especialmente notorio en los sacramentos, ya que en vez de Pascua, celebramos la Santa Cena (Mateo 26.26-29) y en vez de circuncisión, celebramos el bautismo como señal de que alguien pertenece al pueblo de Dios (Colosenses 2.11-12).
3. Es ser eclesiológicamente reformado:
Esto significa entender que, si bien Dios no nos dejó en Su Palabra una única forma de culto ni una única forma de gobierno para la iglesia, la diversidad que se pueda dar en estas áreas debe estar sometida siempre a las reglas generales de la Escritura. 
Por lo tanto, en cuanto a la adoración comunitaria, ya que esta se centra en Dios y consiste en la búsqueda de agradar al Señor y no a los hombres, la eclesiología presbiteriana busca guiarse por el principio reformado de que el culto debe ser entregado mediante la fe en el sacrificio de Cristo, teniéndole a Él como centro en todo momento. También implica que aquellos elementos que no son ordenados para el culto en la Escritura, deben ser quitados o prohibidos del culto cristiano (Principio Regulador del Culto) conforme se deduce claramente del 2º mandamiento: “no debemos adorar al Señor conforme a nuestra imaginación”. Es evidente que las CIRCUNSTANCIAS del culto varían según el contexto cultural o histórico (estilo musical, vestimentas, horarios, expresiones de adoración, etc.) y eso está bien, pero los ELEMENTOS son sólo aquellos que la Biblia ordena: lectura y predicación de la Palabra, oración, canciones congregacionales de contenido bíblico, sacramentos, acciones de gracias. 
Además, la eclesiología reformada entiende que el gobierno de la iglesia Cristo lo ejerce mediante hombres a quienes dio la sabiduría y los dones para gobernarla. Estos hombres son los presbíteros y si bien, por causa del sacerdocio universal de los creyentes, la asamblea de los hermanos es la que reconoce el don cuando los elige, una vez reconocido este don, los presbíteros son quienes deben gobernar mediante la enseñanza y aplicación de la Palabra. Algunos presbíteros, llamados de “docentes” (en América Latina les decimos pastores) se han preparado en Seminarios y reciben sustento económico de la iglesia para dedicarse a la enseñanza, conforme instruyó el apóstol Pablo (1ª Timoteo 5.17-18), ellos, sin embargo, no ejercen el gobierno solos sino sólo en consejo con los demás presbíteros, buscando con esto que jamás un pastor, mediante su personalidad, autoridad o carisma, se enseñoree del rebaño que no le pertenece (1ª Pedro 5.1-4). 
Como un detalle eclesiológico más que se hace necesario destacar en estos últimos días, quisiera recordar que las iglesias presbiterianas además, por principio de gobierno, tienden a ser movimientos nacionales (no confundir con “nacionalistas”) y por lo tanto no somos iglesias que se colegien internacionalmente y no tenemos ningún tipo de gobierno internacional, sino que cada sínodo general de la iglesia presbiteriana de cada país es independiente en relación a los de otros países, al punto de constituir, administrativamente, denominaciones distintas (aunque siempre puede haber vínculos fraternos). Esto implica que la decisión de un determinado concilio de una iglesia presbiteriana de Estados Unidos, por ejemplo, no afecta ni obliga las decisiones o prácticas de iglesias presbiterianas de otros países como Chile, Brasil o Argentina.
En fin, una tradición confesional y eclesiástica de más de 450 años, como la de las iglesias presbiterianas, no puede ser resumida en un breve post. Sin duda quedan muchas cosas en el tintero que mis colegas y amigos presbiterianos me recriminarán que no dije, y lo harán con justa razón. Pero mi intención aquí ha sido solamente dar una breve pincelada introductoria, casi como el inicio de una conversación para que, especialmente en América Latina, se pueda empezar a conocer qué significa ser presbiteriano. Nuestro anhelo es que también presbiterianos, y evangélicos en general, podamos valorar y apreciar nuestra identidad y tradición en su justa medida, no como tradicionalistas que idolatran costumbres y personas humanas, sino como creyentes que adoramos sólo a Cristo y que le agradecemos a Él la historia que nos ha dado y el ejemplo de los pastores que nos precedieron (Hebreos 13.7-8).

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Sobre analgésicos y cirugías

  

<<…porque el Señor disciplina a los que ama, 

y azota a todo el que recibe como hijo. (…) 

Si a ustedes se les deja sin la disciplina que todos reciben, 

entonces son bastardos y no hijos legítimos.>> 

(‭Hebreos‬ ‭12‬.‭6 y 8‬ NVI)

¿Cómo se te ocurre que vamos a disciplinar al joven fulano? Lo que él necesita es cuidado pastoral, que le acompañen y oren con él y no que lo disciplinen“. Las palabras, dichas hace años atrás, las podria haber dicho un cristiano de cualquier otra tradición evangélica y no me habrían sorprendido tanto, ¿pero que las dijera un reformado? Mal. Mayor fue mi espanto, sin embargo, al cerciorarme que las decía un pastor, con formación en un seminario reformado con historia y trayectoria.

Disciplinar es pastorear, es una forma muy eficiente y específica de dar cuidado y atención espiritual. Decir una aberración como la dicha por este colega es tan ilógico como si alguien dijera “Lo que necesita fulano no es cirugía, sino tratamiento médico especializado” (what??).

Que todavía muchos vean la disciplina como mero castigo, punición y hasta como una especie de venganza de la comunidad o de los líderes contra alguien que los decepcionó, me parece burdo, anti-bíblico y absolutamente indigno de un reformado. Sé, sin embargo, y entiendo que tenemos una triste y lamentable historia de disciplinas eclesiásticas que fueron literalmente tratadas como una mera punición. Me avergüenza que haya sido así en el pasado y afirmo enfáticamente que ESA MANERA de ejercer la disciplina debe acabar, sin duda. Pero eliminar la disciplina en sí y, más absurdo aún, contraponerla al cuidado pastoral como si aquella no fuera parte de este, es como botar el agua sucia de la bañera junto con el bebé.

Un mal médico – que será justamente acusado y condenado por negligencia – es aquel que, sabiendo que un paciente necesita cirugía, se limita a dar analgésicos. Un mal pastor es aquel que, sabiendo que es necesaria la disciplina de alguien, se limita sólo a orar con y por el hermano y hacerle visita pastoral. La verdadera disciplina implica, justamente, hacer todo eso de manera más presente, constante y atenta, uno no necesita oponer 2 cosas que en realidad van juntas por naturaleza. No toda atención pastoral es disciplina, pero toda disciplina es, sin duda, atención pastoral… y de la más intensiva.

La disciplina es necesaria tanto para el propio bien espiritual del miembro que ha cometido la ofensa, como para el bien de la comunidad cristiana de la que forma parte y también para el bien del testimonio de la iglesia ante el mundo, por causa del honor de Cristo (capítulo XXX, párrafo 3 de la Confesión de Fe de Westminster). Todos estos motivos son importantes considerarlos a la hora de ejercer la disciplina. Que Dios nos ayude a ser buenos pastores, buenos consistorios y buenos presbiterios y no líderes negligentes que se limitan a dar aspirinas espirituales ante casos que requieren cirugía mayor.

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Pescadores de hombres (Søren Kierkegaard)

Estas son las palabras de Cristo: “Venid en pos de mí y yo os haré pescadores de hombres” (Mateo 4.19)

Y allá fueron los apóstoles.

Pero, ¿qué podía significar este gesto, con aquellos pocos hombres, que además interpretaron las palabras de Jesús como diciendo que iban a ser ellos quienes tendrían que sacrificarse para pescar hombres? Resulta fácil entender que, si las cosas hubieran seguido ese curso, el resultado final habría sido nulo. Esa era la idea de Dios, quizá una idea hermosa, pero (como todo hombre práctico debe sin duda admitir) Dios no es muy práctico. ¿O acaso podemos pensar en algo más estrambótico que ese tipo de pesca, donde pescar significa sacrificarse, al punto en que podrían no ser los hombres quienes se coman a los peces, sino al revés? ¡Y a eso le llaman pescar!

Así que el hombre decidió ayudarle a Dios.

“¡Pescadores de hombres! Lo que Cristo quería decir es algo bastante distinto a lo que consiguieron aquellos honrados apóstoles, aun desafiando todo uso y analogía lingüísticos, porque en ningún idioma se entiende que pescar sea eso. Lo que Jesús quería decir, lo que Él pretendía, era dar pie a toda una nueva rama de negocios, a saber, la pesca del hombre; predicar el cristianismo de tal modo que implique que esa empresa de pesca tenga algo que pescar”.

¡Presten atención ahora y verán cómo todo esto produjo resultados!
Y sí ¡caray! ¡Vaya si los produjo! Y estos no fueron otros que una “cristiandad establecida e influyente”, a la que pertenecen millones y millones de cristianos.

El proceso fue muy sencillo. Del mismo modo que se forma una empresa para especular sobre la pesca del arenque, otra sobre el bacalao, otra sobre las ballenas, etc. la pesca de hombres la llevó a cabo una sociedad de accionistas que garantizaba a sus socios un interés de este y de aquel tanto por ciento.

¿Y en qué fue a dar todo aquello? Si todavía no lo has hecho, ¡no te pierdas esta oportunidad para admirar las capacidades humanas! El resultado fue que atraparon un prodigioso número de arenques, o sea, quiero decir, hombres, cristianos; y, claro está, la empresa gozó de una boyante condición financiera. Ciertamente, demostró que ni siquiera la más exitosa industria pesquera del arenque era capaz de obtener unos beneficios comparables a los de la pesca del hombre. Y otra cosa más, un beneficio extra, o al menos un sabroso agregado para rematar los beneficios, a saber: que ninguna empresa pesquera, cuando envía sus barcos a pescar el arenque, puede citar las palabras de las Escrituras.

Pero la pesca de hombres es una pesca piadosa, los socios del negocio pueden apelar a las palabras de las Escrituras, porque Cristo dice: “y yo os haré pescadores de hombres”. Pueden ir con toda tranquilidad a enfrentarse al Juicio y justificar sus ganancias diciendo: “Lo que hicimos fue cumplir tu palabra, hemos pescado hombres”.

(Søren Kierkegaard, citado en el potente libro “Dining with the Devil” de Os Guinness de 1993, cuyo título fue malamente traducido como “El fenómeno de las megaiglesias” por las editoriales Andamio y CLIE el año 2003).

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Reflexiones de un presbiteriano sobre el caso Mars Hill

No podremos construir
más que sobre las ruinas
del espectáculo

(Escrito con plumón permanente
en un kiosco del centro de Santiago)

El próximo 1º de enero, Mars Hill Church, la iglesia fundada por Mark Driscoll será disuelta legalmente. Escribo esto escuchando los maravillosos sonidos de Kings Kaleidoscope y Dustin Kensrue entre otros excelentes músicos que conocí y aprendí a disfrutar como consecuencia de conservar durante los últimos años una cautelosa, pero sincera admiración por la iglesia Mars Hill de Seattle y su plantador y predicador Mark Driscoll.

Escribo, por lo tanto, como se puede escribir desde literales miles de kilómetros de distancia, sin jamás haber conocido Seattle, menos aún la iglesia Mars Hill, sin jamás haber visto a Driscoll predicando, excepto en vídeos por internet. Escribo con todo el reconocimiento y la admiración que un presbiteriano es capaz de tener por un ministerio carismático e independiente como lo fue Mars Hill, o sea: con grandes reservas. Quienes me conocen saben que estas reservas las tuve por mucho tiempo, antes incluso de que empezaran a circular en internet rumores sobre la posible renuncia de Driscoll a Mars Hill, así que no quiero que piensen, erróneamente, que recién ahora vengo a elaborar estas críticas porque “todos son generales después de la batalla”. Pero, en honor a la verdad también, muchas de estas críticas son realizadas con mayor exactitud y depuración debido a que el desastre ya ocurrió y ciertas cosas que yo antes especulaba finalmente se confirmaron. Hechas estas aclaraciones, aquí van algunos puntos aleatorios de cómo veo yo todo lo ocurrido con Mark Driscoll y la iglesia Mars Hill de Seattle:

1. La crisis que llevó a la disolución de Mars Hill no fue, en última instancia, debido a la personalidad o las imprudencias o faltas de carácter de Driscoll, sino debido a la falta de una correcta estructura conciliar en la iglesia Mars Hill. Todo pastor tiene problemas de carácter y todo problema de carácter, si no es debidamente administrado a tiempo bajo la gracia de Dios, puede terminar afectando y arruinando el ministerio de un pastor. Pero, de ahí a que sea arruinada una iglesia entera, al punto que deba ser disuelta por causa de los problemas de carácter de un pastor, me parece que los problemas entonces son más estructurales de la iglesia que del pastor. Esto es aún más evidente cuando hablamos de la crisis y disolución de una denominación entera, como de hecho lo era Mars Hill (en el punto 2 hablaré sobre esto). Mars Hill se definía a sí misma como una iglesia gobernada por presbíteros (elders) y, efectivamente, cada congregación local contaba con un equipo de presbíteros o pastores que formaban un consejo con uno de ellos destacándose en el liderazgo como un primus inter pares. En esto las iglesias Mars Hill tomaron lo mejor que, a partir de principios bíblicos, la historia de la iglesia nos ofrece como forma de gobierno: un gobierno presbiteriano. Pero las comparaciones acababan por ahí. Arrogantemente, ellos quisieron reinventar la rueda y decidieron improvisar en sus estructuras meta-eclesiales (conjunto de congregaciones), así que formaban consejos donde no sólo los representantes de cada congregación eran parte, sino algunos nombrados externamente. Ni hablar sobre el famoso consejo asesor de Driscoll, el cual estaba compuesto por una mezcla entre pastores de Mars Hill y pastores de otras denominaciones (varios que vivían a miles de kilómetros de distancia!) que eran escogidos sabe Dios con qué criterios. O sea: la idea de formar decentemente y con orden (como nos gusta repetir a los presbis) presbiterios conformados por representantes de las congregaciones locales, los cuales a su vez conformaran un sínodo o asamblea general donde también están debidamente representados los presbiterios, les pareció demasiado anticuado, ¡peor que vintage! Pero ellos no quisieron hacer eso porque querían mantener una estructura que siguiera permitiendo al pastor-celebridad tener su pedestal de destaque no sólo mediático, sino también de autoridad interna en la denominación y ahí estuvo su error. Curiosa forma de trabajar. Curiosa también, pero efectiva, manera de demostrar que mucho (no todo) de la famosa crítica-postmoderna-de-una-cultura-postcristiana-a-las-estructuras-clásicas-de-las-iglesias, no es más que berrinches sin fundamento, pataletas de rebeldes sin causa que, en realidad, no tienen nada mejor que ofrecer. Cuando la crítica viene acompañada de alguna idea de mejoramiento de una estructura interna, debidamente fundamentada en la Biblia, entonces podemos empezar a conversar, pero si no tienes una idea mejor, entonces aprende a callar tus críticas vacías y, simplemente, haz lo que tienes que hacer dejando de inventar excusas: sométete a los consejos eclesiásticos. El caso Mars Hill nos vino a confirmar la importancia de firmes y sanas estructuras eclesiásticas para que los ministerios puedan florecer y desarrollarse. Con una debida estructura, sin duda, Mark Driscoll habría sido sacado antes de Mars Hill, su problema de carácter habría sido tratado debidamente, nuevos liderazgos habrían surgido a tiempo y no habríamos presenciado el hundimiento del buque entero.

2. Mars Hill era una denominación que nunca quiso reconocer que lo era: aquí nuevamente el error fue fruto de la crítica postmo vacía de contenido real. Todos estaban hablando en EEUU sobre el fin de las denominaciones, el fin de las organizaciones meta-eclesiales, el fin de las estructuras y bla bla bla. Pero Mars Hill, que también hacía eco de ese discurso, empezó a crecer y a expandirse y repentinamente ya no era una iglesia, sino varias y todas grandes. Los bautistas gringos (que tienden a creerse más originales de lo que realmente son) le inventaron un nombre a esto: “multi-site” que no es otra cosa que un presbiterio, algo que los presbiterianos conocemos y con lo cual funcionamos desde hace muchos años, el problema es que la burocratizamos mucho (tendencia que, creo, necesita ser corregida), pero en esencia el sistema presbiterial es una iglesia multi-site. Pero ellos insistían que no. Que eran distintos campus de una sola iglesia porque la iglesia sólo es la iglesia local (andáááá!). La cosa se complicó cuando empezaron a plantar iglesias en otras ciudades y en otros estados, incluso: “estamos abriendo un nuevo campus en Albuquerque o en Portland”. Pero esto ya no tenía ni de lejos una estructura de iglesia local. Esto ya era una denominación: con confesión de fe, con consejos, con propiedades, etc. Pero ellos diciéndole al mundo que estaban haciendo algo totalmente nuevo, algo innovador, una iglesia para el mundo postmoderno. Y bueno, sí era verdad que en algo no parecían una denominación y parecían más bien una secta: el único predicador de TODOS LOS CAMPI era Mark Driscoll, quién si no lo hacía en vivo, era vía streaming o video. Todo el mundo evangélico norteamericano, embobado, los miraba y aplaudía con admiración, como una multitud vitoreando al rey desnudo. Pero era cosa de tener un poco más de perspectiva: ellos estaban levantando una denominación, una grande, con mucha plata, y lo estaban haciendo mal. El caso Mars Hill es para mi la demostración que las denominaciones y las estructuras denominacionales aún tienen mucho que ofrecer, mucho que aportar, sin duda mucho que mejorar también, pero están lejos de ser abolidas. Cualquier intento postmo, neoliberal, de intentar saltarse las estructuras denominacionales, fracasará, más tarde o temprano.

3. Mars Hill sí fue un aporte y una tremenda innovación en cuanto a temas de forma: ellos rompieron el paradigma de que para ser una iglesia de doctrina reformada o filo-reformada necesariamente había que tener una forma de culto del siglo XVII o, peor aún: de los años ’50 pensando que es del siglo XVII (como muchas veces ocurre con iglesias presbiterianas). Ellos también mostraron que las nuevas generaciones sí estaban dispuestas, y muy dispuestas, a cantar himnos clásicos de corazón y con alegría. Mostraron que el uso de la tecnología y de una buena producción audiovisual no niega, sino confirma, la veracidad y efectividad del mensaje. Mostraron que las nuevas generaciones ya no quieren sermoncitos light de 15-20 minutos de autoayuda, sino que están dispuestos a oír una exposición bíblica de 1h ó más, con profundidad teológica y doctrinal, citando puritanos, reformadores del siglo XVI y padres de la iglesia. Es cierto que todo esto no fue Mars Hill quién lo introdujo al mundo evangélico, pero sí fueron ellos quienes lo difundieron al menos en los contextos latinoamericanos.

4. Los problemas de carácter de Mark Driscoll marcaron un precedente que nos debe servir de advertencia: no fue adulterio, no fueron escándalos sexuales, no fueron problemas con el dinero. Nada de lo clásico que lleva a que un pastor sea destituido y disciplinado. El problema de Driscoll fue otro y me parece, simplemente, admirable que Dios en su misericordia y amor por su iglesia haya permitido que su famoso ministerio se viniera abajo básicamente por una cosa: el orgullo. Como dije en mi primer punto, todos los pastores tenemos problemas de carácter. Pero muchos tenemos la bendición de tener sobre nosotros presbiterios de los cuales formamos parte y que se harán cargo de disciplinarnos y de cuidar y reorientar nuestras iglesias heridas si llegamos a fallar por el pecado que sea. Driscoll no tenía una buena estructura de iglesia que permitiera la continuidad de ella más allá de su personalidad; esto demostró ser una gran desventaja para todo lo bueno que sí se había construido a lo largo de los años que esa iglesia duró.

5. Los dramas del pastor-celebridad: peligrosa tentación para un pastor es la del espectáculo. ¿Cuándo termina el personaje y comienza la persona? Había sabiduría en Johnny Cash cuando le preguntaron por qué él, como famoso músico de country cristiano, no iba a alguna de las mega iglesias de Nashville donde los grandes cantantes de country dirigían la alabanza con focos y grandes equipos de amplificación. Cash respondió que le gustaba su pequeña iglesia suburbana porque allí él era uno más. El pastor lo iba a visitar y oraba con él igual que como lo hacía con la hermana Juanita que era ama de casa. Era una iglesia donde le pedían que pasara el ofrendero o que recibiera a los visitantes en la puerta o que cantara una canción para los niños en la Escuela Dominical y él lo hacía con gozo, como uno más. Para Cash la iglesia era un refugio donde recordar la gracia de no ser otra cosa que un hijo de Dios y olvidarse de que era famoso y de la mentira de que eso le daba valor. Por lo tanto, ya podemos imaginar lo difícil que debe ser, ser un pastor famoso, un pastor celebridad en todo EEUU y en otros países y aún así depender verdaderamente de la gracia. Mis oraciones están con Driscoll y su familia. Pero también con todos nosotros, los demás pastores jóvenes que podemos fácilmente, en este mundo postmoderno, olvidar la gracia por causa de nuestros 15 mins. de fama: “todo esto te daré si postrado me adorares” dijo alguien por allí…

Cayó Driscoll y cayó Mars Hill. Yo sé una cosa claramente en mi caso (sin jamás compararme con él ni con nadie, sólo como una colocación): aunque yo caiga jamás lo hará la iglesia presbiteriana por esa causa, ella estaba aquí antes que yo y seguirá aquí cuando me haya ido, si el Señor no vuelve antes. Así que descanso en eso y doy gracias a Dios por la estructura que él iluminó a mi querido John Knox y de la cual sólo soy un heredero más. No importa si soy o no una celebridad, no importa si salgo o no en la TV, si he escrito y vendido muchos libros, o si me siguen en internet miles de personas ni si lleno estadios con mi predicación. Aquí en mi amada Iglesia Presbiteriana de Chile, dentro de la estructura de gobierno presbiteriana, soy uno más, mi orgullo es callado, mis ideas no siempre son atendidas, en los presbiterios muchas de mis propuestas no reciben apoyo ni la votación suficiente para ser adoptadas, muchas veces se aprueban acuerdos que yo debo acatar con moño agachado sin buscar subterfugios para saltármelos ni tomar desvíos en los resquicios legales.

La institución es necesaria para que jamás las personas nos adueñemos de lo que no nos pertenece: la iglesia de Jesucristo. Y en esto, nos guste o no, los paradigmas medievales y modernos de iglesia todavía tienen mucho que entregar, no importa cuánto reclamen los postmodernos ni los neoliberales, mientras ellos no tengan una idea verdaderamente mejor, es su deber guardar silencio y aprender a someterse a lo que ya existe. La esencia del gobierno presbiteriano es la maravilla de decirle al que allá afuera es famoso, es importante, es millonario o es el mismísimo presidente de la república: “allá afuera de esta asamblea Ud. se destaca entre los demás, pero aquí ni su fama ni su dinero ni su prestigio ni su poder importan: diga ‘presente’ en la asamblea, llegue a la hora o aguántese el ser amonestado, haga sus propuestas en orden cuando le toque su turno, no interrumpa cuando otro delegado está hablando, si su propuesta no es aprobada sométase a la propuesta más votada con gozo, en la letra y en el espíritu, asumiéndola como propia; hasta que una propuesta mejor no sea levantada y aprobada por la asamblea, su deber es obedecer, como uno más“.

Me encanta eso del sistema presbiteriano. Esa es su genialidad. Me humilla. Me mantiene a raya. Me enseña la cristiana disciplina de la sumisión. ¡Gloria a Dios por eso! Ya que sólo Él sabe cuánto lo necesito.

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